Hay personajes que son sinónimo de barrio, y en la Teja también hay personas que tienen un barrio en su nombre. Conversamos con Carlos Pilo sobre su trayectoria, la Comisión Vivir sin Plomo y la esencia de los tejanos.

Intentar encapsular la vida de Carlos Pilo dentro de estas líneas es una tarea estéril. Su trayectoria sindical, de lucha social y trabajo desborda los márgenes de esta publicación. A sus 73 años, catálogos de acontecimientos, nombres, fechas y lugares fluyen como un manantial. En la charla se van juntando las piezas de la historia del barrio, su infancia, la escuela, el sindicato, la lucha social de la contaminación con plomo, son solo algunos tópicos que elegimos para conocer y reconocernos en este vecino. Los dejamos con Carlos.

 

Made in La Teja

Soy un nativo de La Teja, como decía mi padre que también era nativo de acá. Nací en la calle Bauzá, que en 1943 se cambió la denominación a Pedro Celestino Bauzá, entre Colón y Carlos María Ramírez, y todavía vivo allí.

Mi abuelo era picapedrero, nació en Cádiz, que está pegado al peñón de Gibraltar, y allí aprendió de los ingleses la manipulación de dinamita y el trabajo en la piedra. Muchos vecinos del barrio vinieron de ese lugar y de las zonas más pobres de Europa, si no eran españoles, eran del sur de Italia, en la zona de Nápoles. Llegaron a trabajar 6500 personas en la piedra. Mi abuela era ama de casa y plantaba en el fondo, eran unos tigres para laburar.

En esa época, no solo se trabajaba en las canteras, sino que se estaba formando todo, era un gran sistema de solidaridad, la gente se organizaba para hacer lo que el Estado no hacía. Se crearon los clubes, lugares donde había música, donde compartir las tradiciones, mucho de lo que queda acá en el barrio se debe a lo que hizo aquel movimiento obrero.

 

Escuelas de solidaridad

Los que venían también tenían cultura, no solo venían a trabajar escapando de una situación política o de la miseria absoluta. De la teta de la madre salía la solidaridad, del esfuerzo y el trabajo de los padres. Yo siempre recuerdo a mis padres, no solo criaron diez hijos: nos llevaban a la escuela, nos enseñaban el respeto, que había que educarse, aprender un oficio, respetar a los vecinos; que había que estar siempre del lado de los trabajadores, que las huelgas eran sagradas, que los milicos estaban para darle palo a los trabajadores, que nunca iban a reprimir a los patrones, y uno mama esas cosas.

De la escuela, en este barrio, te ibas a laburar, según el físico para donde te mandaban. Yo siempre digo que nos estaban esperando en la esquina con una bolsa de portland o con un pico y una pala.

En el año 61 me afilié a mi primer gremio en la imprenta Berchessi y arrancó mi historia sindical, pero ya teníamos militancia en el barrio, apoyábamos los conflictos y nos llenábamos de orgullo de ver a los trabajadores de la industria frigorífica y de todo el entorno, porque este barrio era todo fábricas. Me formé en las manifestaciones y eso me nutrió de un sentimiento de solidaridad que estaba en mi casa, en la de los vecinos, en todos lados.

 

Fotografía Fernando Silva

 

De acá a Saturno

El gremio gráfico era portador de saturnismo, que es el nombre de la enfermedad de la contaminación por plomo. Las imprentas eran un horno de plomo, linotipos de plomo, los linotipistas que acomodaban las letras terminaban con mano de garra, se le cerraban por la contaminación. Los síntomas eran la sordera, pérdida del cabello, envejecimiento acelerado. A medida que adquiríamos conocimientos, íbamos identificando síntomas entre los compañeros gráficos.

Por ese entonces, yo ya estaba trabajando con Carlos Amorin el tema de la contaminación de Bao y otras industrias de la zona que contaminaban el aire, Ancap vertía 10 000 kilos de dióxido de azufre a la población del barrio. Al parecer eso estaba bien, los tejanos teníamos que ser rebeldes, carnavaleros y resistir la contaminación de lo que fuera, además de los palos.

 

Soldaditos de plomo

Un allegado que trabajaba en los análisis de laboratorio de Ancap me dijo un día “mira que acá hay mucho más plomo del tolerable y los niños deben tener más plomo que el permitido”. Con esa información, llame a Amorín y comenzamos… lo primero que hicimos fue agarrar al camión y salir por todas las zonas afectadas para hablar del tema y concientizar a los vecinos.

En los niños, el plomo produce problemas estomacales, en las articulaciones, pérdida definitiva de capacidad cognoscitiva, que en algunos niños alcanza a un 30 o 40 % de su capacidad intelectual. Problemas auditivos: a los niños no les llegan los mensajes porque se les entrecorta, se vuelven más violentos. A medida que pasaba el tiempo, íbamos descubriendo más efectos nocivos.

Nos juntamos por primera vez en la policlínica barrial de La Teja y ahí nació el movimiento, en el año 2000, con unas mujeres que eran unas fieras, mujerazas les digo yo.  Mariela, Leticia Cabrera, Milka, Zulma, la de Zumastre, Rosario, todas estas mujeres y otras que no recuerdo los nombres, se pusieron al hombro la causa con la responsabilidad de criar a sus hijos en buenas condiciones sanitarias y el derecho a brindarles una vida mejor. Fueron 13 años de lucha, muy duros… aunque el tema aún no termina, el próximo martes tenemos una reunión.

Cuando salimos a la palestra con el tema de la contaminación fue incontenible el movimiento. Había padres que arrancaron las puertas de las casas, las patas de las mesas, porque nos decían que la contaminación era por el hábito de pica. Los niños rascaban la pintura de las puertas, de las patas de la mesas y se las llevaban a la boca.

He visto y oído cosas increíbles en este proceso. Nos decían que el Ministerio de Vivienda no tenía experiencia porque solamente tenía 10 años de vida, que no manejaba todavía los temas ambientales… era una barbaridad eso.

 

Algunas ganadas

Logramos sacarle sangre a los gurises para ver el grado de contaminación que tenían. Se consiguió la canasta de alimentos, se fundó la Policlínica de Contaminantes Químicos Ambientales en el Pereyra Rosell y el transporte, ya que venían a buscar a los niños. Había un seguimiento para los que tenían más de 20 microgramos. La Organización Mundial de la Salud marcaba que a partir de 10 y, en algunos casos, a partir de 4 microgramos ya se registraban grandes daños a la salud. Acá había niños que tenían el equivalente a un alambre de ropa en los huesos largos, que iban a demorar entre 30 y 35 años en expulsar el plomo.

 

El trabajo social

También trabajamos por el derecho a una vivienda digna; los niños contaminados jugaban en esa tierra y era imposible curarse. Si se hubiera dedicado el Estado a hacer el trabajo social que hicimos en los cantes, íbamos a todos los cante. Tuvimos enfrentamientos durísimos, pero fuimos trabajando, empezamos a realojar gente con la Comisión Vivir sin Plomo y eso nos dio fuerzas para ir a reclamar a otros barrios, salir al interior y para que la Intendencia fuera rigurosa en los controles.

 

¿Qué se siente tener un barrio con tu nombre?

Dos o tres cosas primero: porque no se hace justicia si yo no digo algunas cosas. Yo nunca anduve con papeles, solo fui vocero de la comisión; el reconocimiento es de ellos que se arrimaron y peleamos todos juntos. Lo que hice junto a Milka y otros voceros del grupo, era decir las cosas como eran y reclamar lo que los vecinos nos habían mandatado. Después se hizo un trabajo social en el cante al que se sumaron visitadores sociales, sociólogos y nosotros que somos gente de barrio.

Nosotros ya habíamos ido a ver las viviendas. El día ese… bueno yo tuve que arreglar porque trabajaba, nunca fui rentado, soy dueño de mis brazos nomás, me había solicitado la gente de Rodolfo Rincón que los acompañara hasta las viviendas. Llegué y estaba el ómnibus de la Intendencia y todas las mujeres del cante, a mí me pareció muy raro todo y me entretuvieron hablando ahí de cómo se había cambiado la relación entre los vecinos. Toda esa gente que hizo grandes esfuerzos y vivía en las peores condiciones, porque en los ranchos es una pieza con un baño y ahí se da todo lo que le pasa al ser humano, de cuajar la carne como decía Larralde, dormir todos en una pieza superar los temporales, el calor, el frío, los olores.

Estaban todas las autoridades, Mariano Arana, el ministro, todos. Para cortar una cinta aparecen de todos lados, pero para hacer una planchada se borran. Me dieron para dar casas a mí, como si yo fuera no sé qué, las llamaba y les daba la llave de la casa, era emocionante ver eso. Cuando terminaron, levantaron el cartel “Salón Comunal Carlos Pilo”

 

Sinfonía de cisternas

Ese día le dije al Intendente “los pobres nos conformamos con poco, escuchá, están todas las cisternas del complejo funcionando”. Lo primero que hacía la gente al entrar a la casa era tirar la cisterna, porque era algo que no tenían.

Después me acuerdo que la negra Rosario agarró el micrófono con Miguel Cabrera -otro de los buenos militantes que tuvimos ahí- y dicen que le van a poner mi nombre al barrio y ta… ahí di un discurso que lo tengo guardado porque salió en un diario, de eso sí tengo orgullo.

Después seguimos repartiendo casas, se realojó gente de enfrente a la aceitera y también del Parque Andaluz. Se consiguieron hacer plazas en el Rodolfo Rincón y remediación de suelos. Quedamos de enemigo con alguno y con otros no, pero lo que a mí me importa es que no quedamos de enemigo con los de abajo, los de mi clase.

 

¿Qué es ser tejano?

Tenemos un origen negro, esclavo, inmigrante, de trabajadores, sabemos ser alegres de la misma forma que sabemos ser duros y que no somos capaces de traicionar nunca. Nos quedamos sin industria, sin trabajo y hay que luchar para recuperar el entramado social que nos permita vivir en paz. Algunos se pelean por la edad de los barrios, por lo que hay que pelear es por lo que hacen los barrios. Yo siempre digo que nadie quiere a la teja más que yo, la pueden querer igual.

 

Las nuevas generaciones

Yo los quiero empila a los botijas, es lo que quiero más. Sé que los cambios han sido profundos de nuestra infancia a lo que es ahora, pero entiendo el cambio y les deseo lo mejor, pero también les pido una cosa… que cuando se reciban no se vayan del barrio. Cuando me entero que un muchacho se recibe profesionalmente y se va del barrio me duele tremendamente, porque el barrio lo hace toda la sociedad, los que cargamos leña, camiones, los que trabajan en Ancap, los profesionales, todos.

Faltan lugares para que se exprese la juventud, para la cultura de los jóvenes. Nos está preocupando más los asesinatos que las cosas sociales que son el sustento de todo lo que pasa después.

 

Vale la pena seguir luchando

Ahora ya estoy viejo pero soy feliz, aunque me duelen las cosas que vivo, porque más del 15 % de mis hermanos de clase viven en el cante, que no han conseguido lo que nosotros y otra tanta gente pudo conseguir. Es ahí donde se genera el deterioro social.

Yo siempre busco hacer alguna cosa, siempre leo, aunque siento que la vida ha sido injusta conmigo porque se llevó a mi compañera, después que peleamos tanto juntos… podíamos haber seguido aunque sea caminando con bastón. Ahora me dedico a las plantas, hice los cursos del Jardín Botánico y hace poco comencé a enseñar botánica en la escuela especial.

La vida es lucha. Somos de origen bien humilde, para ir a estudiar teníamos un par de zapatillas que a veces nos daba la escuela, supimos andar con remiendos en el culo, jugábamos con una maderita, cuando conseguíamos una pelota o nos regalaban un pantalón de fútbol era una alegría inmensa, una conquista interminable. Tuvimos una niñez sin nada y felices, nuestros padres no tenían nada y eran felices. Espero que cambie la cosa para mejorar y que vale la pena seguir luchando.

Por Mateo Butin

 

 

 

 

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